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Laura Mouliaá

El placer de ser Engañados...

En principio odiamos que nos mientan y descalificamos a quien lo hace. ¿Eso significa que estamos dispuestos a escuchar la verdad? Nada más dudoso… la mentira, indisociable de la historia del género humano, ocupa un lugar de honor por su ambigüedad. Tiene múltiples facetas e innumerables motivaciones. Considerada un grave pecado, un legítimo medio de protección o un divertido juego de imaginación, en cualquier caso forma parte de nuestra cotidianidad. ¿Qué seria de la sociedad si todas las relaciones estuvieran basadas exclusivamente en la practica de la verdad? Es difícil pensarlo, pero el primer requisito seria que las personas fuéramos univocas, realistas y rígidas. Y no lo somos. Pensándolo bien, ¿Por qué ubicar a la mentira del lado del mal si sus movimientos son variados: el interés, el odio, la venganza, la necesidad de reconocimiento, pero también la pasión, la protección, la generosidad, el amor…? Además, no podemos negar que los engañados a menudo somos cómplices del que miente, precisamente porque conocemos los beneficios de la mentira. “Que guapa te ves”, “Te vas a curar”, “Seguro que ganas” son expresiones que aunque no correspondan a la realidad del momento, motivan al interlocutor y quizás le permitan cambiar su realidad. O no. Que el engaño tiene un aspecto positivo –o al menos necesario- lo demuestra la existencia del autoengaño: cuando me asomo a la realidad, no me gusta y creo una realidad paralela. Así puedo pasar diez años convencida de que no engaño a mi pareja o que mi hermano me administra el dinero cuando en realidad se lo roba. Algo que leí alguna vez decía: “El verdadero responsable de una mentira no es aquel que la dice, sino aquel a quien esta dirigida, porque se sabe que no conoce la verdad” mi vecino me lo comentaba hace unos días, esa es la causa de este escrito, “hay personas que te obligan a mentirles” en mi caso no me dirás que soy muy guapo porque yo se que no lo soy pero si te lo preguntara conforme te conozco me dirías que totalmente lo soy. Efectivamente a veces nosotros pedimos que nos engañen: no solo “dime que siempre me vas a amar” también “convénceme de que hice lo correcto” ¿Qué seria de nosotros, como soportaríamos la angustia que nos genera nuestra propia existencia si no contáramos con esos pequeños consuelos? Freud conocía bien estas estrategias psicológicas a las que denomino “mecanismos de defensa” y que nos permiten alejar la realidad mientras no estamos preparados para enfrentarla. La pregunta es si algún día lo estaremos. Hay maneras de negar lo existente, misma que nos permite desligarnos de las consecuencias de nuestros actos con dos palabras: “no sabia”. No hablamos de ignorancia ni de error sino que, a pesar de que conocemos la realidad, actuamos como si esta fuera distinta. Por ello, el que engaña es incurable, ya que “no se puede “volver a mostrar” algo a alguien que tiene ya antes los ojos lo que uno se propone hacerle ver”. ¿Qué es lo que nos empuja hacia el engaño? En primer lugar, saber que muchas cosas son irremediables y que todo tiene un fin: la felicidad, las pasiones, la vida misma. Por otro lado, la incertidumbre, pues lo real es incomprensible y cuesta mucho vivir sin certezas, preferimos inventarlas, aunque sea en forma temporal, como las ilusiones. ¿Por qué preferimos asumir la realidad cuando el engaño es mucho más placentero y accesible? Porque cuando uno no ve la realidad no desarrolla las habilidades para enfrentarla, en ese sentido, somos mucho más vulnerables cuando nos mantenemos en el engaño y actuamos como si no supiéramos. El precio es alto; sin embargo, es un hecho que vivimos de ilusiones, y no podemos imaginarnos una humanidad sin ellas: en la vida privada, en la política, en la educación, en el arte… ¿y que es la ilusión? Ninguna definición mas bella que la de Macedonio Fernández: “Hacer esperar en el umbral de la realidad:”

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